miércoles, 4 de abril de 2018

La clase de historia - María Isabel Conte


La mañana era fresca y agradable. Los tibios rayos de sol entraban por la ventana de la escuela, haciendo resplandecer a su paso al verde y esbelto pino, plantado en medio del patio, cuya figura se veía muy bonita sobre un límpido cielo celeste.
El maestro, ubicado en su escritorio frente a la clase, leía en voz alta un texto del libro de historia, interrumpiendo sólo de vez en cuando, para tomar un sorbo de café de la taza grande y decorada que acababa de traerle María, y para la consecuente limpieza de sus lentes, empañados por el vapor. Aquellos instantes eran aprovechados por los alumnos para distender su atención, ya fuese dejando escapar su mirada al exterior, o cuchicheando con el compañero de pupitre sobre algún asunto que venían postergando desde hacía varios párrafos, pues sabían bien que a la lectura modelo le seguiría una larga serie de preguntas que pondrían a prueba con cuánto interés habían estado escuchando:
“El impacto de la emigración transoceánica, que en América fue muy grande, en Argentina fue particularmente intenso por dos motivos: por la cantidad de inmigrantes recibidos y por la escasa población existente en el territorio. Para muchos, la Argentina resultaba un lugar atractivo. La política inmigratoria desarrollada por el Estado para atraer nuevos pobladores, les ofrecía a los recién llegados mejores condiciones laborales y salarios más altos que los que tenían en Europa. El grupo más numeroso de inmigrantes fue el de los italianos, seguido por el de los españoles. Una buena parte de los extranjeros que llegaban a la Argentina, venían con la intención de conseguir trabajo y, posteriormente, traer a sus familias..."
Fue en este punto de la exposición cuando la figura del maestro comenzó a desdibujarse frente a los ojos de José Luis. Otra imagen, borrosa al principio, ganó nitidez poco a poco en su mente hasta reemplazar por completo el contorno de aquel hombre, al que dejó de ver sobre el fondo negro del pizarrón. Quizás todo había empezado a suceder con el último sorbo de café, cuando José Luis se permitió elevar la mirada hacia lo alto del pino, y al ver esos gorriones que parecían conversar alegremente disfrutando del sol, recordó todo lo que sobre ellos le había enseñado el abuelo, y aquellas interesantes historias sobre cómo se las ingeniaba para alimentar a esas avecillas durante sus primeros años de vida allá en su lejana e inolvidable aldea española.
Aunque José Luis permanecía respetuosamente sentado en el aula, su imaginación había volado hasta una larga mesa tendida en un mediodía de domingo, y allí en la cabecera, el abuelo compartiendo anécdotas de su tierra, de la inmigración, y de su difícil adaptación al nuevo país, ya que, como decía la última parte que le escuchó leer al maestro, él había arribado con su familia a nuestro país, un tiempo después que su padre llegara en busca de trabajo.
En aquellas sobremesas familiares, las palabras de introducción "Cuando yo iba a la escuela..." se asemejaban a un imán con el que el abuelo atraía a todos los nietos a su alrededor, dispuestos a escuchar historias atrapantes, que ninguno de ellos quería perderse por nada del mundo, mientras sus padres conversaban acerca de temas cotidianos, si los campos y el clima hacían presagiar una buena cosecha, si la revista de costura traía un novedoso figurín para esta temporada, si algún canal de televisión ofrecía un buen programa de entretenimiento, o si alguien había aprendido a hacer un jarabe casero para la tos.
¡Qué agradable le resultaba a José Luis ser receptor de aquellos relatos, y descubrir ese brillo especial en los ojos del abuelo debajo de la vieja boina! Su favorito era el del primer día de clases acá en Argentina, al que ya había escuchado varias veces, pero justamente eso le daba una especie de complicidad con el anciano que sus hermanos y primos menores desconocían. Era como transportarse a un tiempo que no vivió y verlo, pequeño y desconcertado en su nueva escuela, cuando queriendo averiguar de dónde provenía, en lugar de preguntarle "¿de qué parte de España eres?", reemplazaron el verbo por lo que él conocía como una señal de socorro que enviaban los náufragos como última esperanza cuando un barco se hundía inminentemente: S.O.S. Él sabía incluso el origen de aquella sigla (Save Our Soul, "salvad nuestras almas"). Claro, es que el abuelo había cruzado el océano en barco, y procedía además de un país con una fuerte tradición marítima, por el hecho de ser una península. Así fue que le resultó muy extraña aquella  pregunta: "¿y de qué parte de España sos?" José Luis sonreía cada vez, y su expresión demostraba que le causaba gracia y le despertaba ternura al mismo tiempo. Luego el abuelo solía añadir cuán rara le había parecido aquella forma de hablar desconocida para él, con que su maestra y compañeros se dirigían unos a otros al decir "vení", "salí", "tené, "decí", (según supo con el tiempo, eso se denomina conjugación voseante imperativa), palabras que sustituían a sus correctamente pronunciados "ven", "sal", "ten", "di", cuya perfección, paradójicamente parecía causar risa en el resto del grupo.
¡Cuánto afecto sentía José Luis por su abuelo! ¡Cómo le gustaba verlo feliz en esas reuniones familiares en las que se esmeraba por cocinar paella, comida típica de España, para compartir con sus hijos y nietos! De pronto, vino a su memoria lo que había sido una graciosa ocurrencia de su parte en el último de esos encuentros, cuando dirigiéndose al abuelo, le había dicho: "Bueno, parece que hoy no almorzaré, porque la comida que has preparado es pa’ ella", mientras señalaba a su prima Josefina.
Seguramente fue ese grato recuerdo el que le dibujó en su rostro una sonrisa, de lo cual no estuvo consciente hasta que las duras palabras del profesor se encargaron de borrársela: "¡Parece que el señor está muy divertido hoy! ¡A ver si es capaz de resumir lo que he leído en los últimos párrafos, 'desafíos y aportes culturales de los inmigrantes'!"
¡Era tanto lo que tendría para decir al respecto José Luis!, pero comprendió que no era eso lo que aquel hombre le estaba pidiendo, claro, el nombre del abuelo no figuraba en ningún libro de historia. Mientras un calor progresivo encendía sus mejillas, se limitó a responder: "Disculpe señor, me distraje, no volverá a suceder".
El viejo pino ya no se alza en el patio de la escuela desde hace varios años, sus ramas se fueron secando, y debieron sacarlo para preservar la seguridad. Su lugar es ocupado ahora por un fresno que se ve precioso con su traje amarillo en las mañanas otoñales. Desde su aula, el profesor José Luis elevó su mirada hacia él, y allí estaban, como antaño, los gorriones. Vino a su mente un informe leído hace pocos días, que daba cuenta de la enorme disminución del número de ellos en España, en lo que va de este año dos mil diecisiete. ¡Cuánto habría entristecido esto al abuelo si estuviera vivo! Lanzó un suspiro silencioso, bebió luego un sorbo de la taza de café que aún sigue repartiendo María en el inicio de cada jornada, ahora con un paso algo más lento, ya próxima a jubilarse, pero con su inalterable y tímida sonrisa. Al apoyar nuevamente la taza sobre el escritorio, casi rozó con ella un pequeño florero con un hermoso clavel rojo asomando de él, obsequio de algún alumno a la profesora de la hora anterior, que apurada por llegar a tiempo a la próxima escuela, allí lo había dejado olvidado. Y otra vez el recuerdo del abuelo, ¡con cuánto orgullo lucía un clavel en el ojal del bolsillo superior del saco! Le encantaba contarle a cuanta persona pudiera que aquella era la flor nacional de España, "el clavel es tan español  -solía decir- como Bécquer y Pérez Galdós", escritores por los que manifestaba predilección, y de cuyas obras era capaz de recitar extensos fragmentos sin cometer ningún error.
José Luis miró a sus alumnos, que ya tenían abiertas las carpetas y sus miradas puestas en él. Colgó del pizarrón un planisferio, y se dirigió a ellos de esta manera: "Hoy vamos a hablar de la inmigración. Primero veremos cómo definiría cada uno esta palabra. Y si en alguna de sus familias hubo inmigrantes, nos dará mucho gusto escuchar todo lo que quieran compartir. Al final, yo también les contaré algunas cosas que aprendí de mi abuelo, por ejemplo, lo que era un pregonero en el lugar donde él nació. Pues bien, comencemos entonces, ¿a qué hace referencia la palabra inmigración?
Su corazón se llenó de satisfacción al ver tantos jovencitos con sus manos agitándose en alto, ansiosos por dar una respuesta.
Ésa era, sí, ésa, la clase de historia de la que le hubiera gustado participar cuando era alumno. Y hoy la vida le estaba dando una revancha.


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