Pip,
pip,
pip.
Los ojos
cerrados, sin moverme, no sé dónde estoy, solo escucho ese sonido. Cuando era
muy chico vivíamos en el campo y todas las noches había tormenta, no solo
lluvia, tormentas, horribles tormentas con rayos y truenos que hacían temblar
la casa, mientras el viento doblaba los árboles. Apenas caía la noche yo me
escondía hecho un ovillo bajo el escritorio, no había forma de hacerme salir,
mamá venía y se escondía conmigo, me abrazaba y me hacía contar 1, 2, 3, si
entre trueno y trueno aumentaba el número la tormenta estaba pasando, si se
reducía la cantidad de números... a veces pasaba toda la noche escondido.
Porque ella en realidad no entendía y entonces me dejaba cuando llegaba mi
padre, comían y se iban a dormir como si no pasara nada, como si todo estuviera
bien, no importa, dejalo, ya se va a acostumbrar, maricón miedoso, en el ejército
lo van a curar. Hasta cuánto podía contar en esas noches oscuras, 2, 3, 4,
quizás. Ahora el ruido es más rápido, apenas llego a 2. Parece que fuera
siempre igual, ni más rápido ni más lento. Solo el piiip, piiip, marcando
ruidoso el paso de un tiempo veloz. Como cuando venía a casa el profesor de
piano, seguramente escapado del infierno y decidido a torturar a todos los
chicos del mundo. De su maletín sacaba su metrónomo de oscura madera gastada,
con una aguja metálica brillante y un pequeño disco con el que se podía graduar
la velocidad. El metrónomo del profesor de música solo sabía decir tic, tic,
tic. Entre tic y tic es una redonda, acotaba su dueño, como si explicara la
gracia de su mascota. Son 4 negras, otra vez, hacelo otra vez con las palmas 1
y 2 y 3 y 4, y ahora marcamos las blancas. No, está mal, otra vez 1 y 2 y 3 y
4, parejo, con ritmo. Otra vez. Ahora es solo pip, pip, ¿serán corcheas? Entre
una y otra parece siempre el mismo tiempo. En la batalla, el silbido marcaba donde
iba a caer la próxima bomba, cuando se oía había que agacharse hasta quedar
enterrado, si lo hacías rápido podías contar hasta el próximo, si no... Sí, dos
corcheas iban en cada negra, también estaban las semicorcheas y las fusas ¿o
eso era otra cosa? Ahora el piiip, piiiip parece más rápido. Y las semicorcheas
eran la cuarta parte de la negra o algo así. Hay otro sonido rítmico más lento
y profundo, pesado, me recuerda las máscaras antigás al inspirar ummmmmm con
fuerza, con ruido porque no llega el aire tapado con tanto filtro y luego fffffffff
más lento más suave, hasta que no aguantás más y otra vez tratar de abrir el
pecho con fuerza ummmmm para que entre aire, ese aire caliente con olor a
químico, el mismo olor que ahora. Y la cuenta ya no importaba, porque cuando
había gas nadie disparaba, solo había que concentrarse en respirar. Cada
respiración son 4 piip, ¿o son seis? Y el goteo parece de una canilla plip plip,
apenas se escucha, no, mamá, no la cierres, dejala así un poquito abierta para
que se haga un charco y los pajaritos puedan tomar agua. Me parece que cada vez
tengo más fino el oído, oigo más detalles, ruidos más chiquitos. No hay pasos
ni voces, solo ruidos mecánicos, cientos de metrónomos todos a distinto ritmo. Pip
pip, pip ¿qué marcará tanto pip?, cómo podría saber si llevan el mismo ritmo, cómo
saber qué significa, igual parece que fuera más lento, podría contar hasta 4 o
quizás 5, si pudiera contar. La retroexcavadora también grita piip piip, cuando
va marcha atrás. ¿Tiene experiencia en maquinaria pesada de construcción?,
preguntó el capataz de la obra, por supuesto, respondí. Cuántas tardes había
jugado en la plaza con los camiones llenos de arena, cuántas horas hace falta mirar
las máquinas ir y venir para tener experiencia. Al fin y al cabo, una
motoniveladora es como… en el frente cavábamos las trincheras con palas, y el
que no hacía su pozo rápido y profundo quizás no tenía otra oportunidad. Sobrevivir
era tener experiencia. Y volver a casa era mucho mejor, por más que no quedara
nadie para recibirte. Ahora sí las voces gritan, se nos va, gritan. Pero yo
creo que no me estoy moviendo, parecen pedir que venga alguien, será que es el
final de la clase, debe ser mamá acompañándolo hasta la salida, sí, debe ser
eso, porque oigo cómo se abre la puerta. Parece que hay muchas corridas, le
habrá dicho a mamá que no estudio, que siempre estoy igual contando 1, 2, 3, y
4 y otra vez cuántas negras hay en una blanca. Entran y salen, mamá debe estar
muy enojada, siempre dice el esfuerzo que hacen con la plata que no tienen para
que yo pierda el tiempo en vez de aprender a tocar el piano y así poder ser
alguien en la vida. Se escucha pedir algo que debe ser algún aparato grande y
pesado, chirrían las ruedas. Nosotros sabíamos distinguir por el chirrido qué
clase de vehículo era, si había que esconderse o solo dejarlo pasar, si era con
ruedas o con orugas. Si iba saltando por el camino o si se arrastraba pesado
como un reptil haciendo flamear la cola. La tormenta me descubrió en mi
escondite y ahora está encima mío sofocante, oscura, pesada, parece que todo me
costara más esfuerzo. Alguien grita cargar 300, será el pelotón de
fusilamiento, ¿finalmente me sentenciaron? Y otra vez alguien grita preparados
liberen el pecho, todos atrás, y siento, siento la sacudida que me levanta y me
deja caer, otra vez. La bomba debe haber caído muy cerca, todos corren y
gritan. Pero ya no me importa, si por lo menos se hubieran callado para dejarme
escuchar el final de los piip piip. La máquina vial gigantesca retrocediendo sin
control, tan cerca del borde del terraplén. Claramente no puede haber nada
después de eso. Porque ahora solo hay un piiiiiii continuo, agudo, monótono,
que apenas tapa la voz del médico diciendo desenchufen todo, es inútil seguir,
ya se fue.